viernes, 21 de octubre de 2011

¿Eta es al final la buena?

Pues quizás sea ésta vez la buena aunque con tantos comunicados tan sucesivos y sólo sutilmente distintos la verdad es que cualquiera sabe.

Pero como se trata de dar una opinión rara, la mía es que más que entregar las armas (siempre se pueden comprar otras) lo que tenían que entregar es sus cuentas corrientes, para que con ellas se pagase a los que a partir de ahora van a dejar de vivir de este turbio asunto. Incluyendo a los propios terroristas, por supùesto, porque la verdad es que me temo que al final les pagaremos una pensión de nuestros impuestos. Respecto a las posibles negociaciones políticas, reitero mi anterior entrada, mientras que Francia esté también llamada a la negociación, nosotros tranquilos.

En fin, fuerte ha empezado la carrera electoral (probablemente no se trata nada más que eso, y de vender periódicos). En cualquier caso, un tema cansino, como se dice ahora.

lunes, 17 de octubre de 2011

España y Francia

Confieso que la principal razón que me lleva a confiar que el supuesto "conflicto vasco" no se resolverá jamás es el maximalismo propio de los radicales. Si el penoso espectáculo de hoy, cuando un despistado y mediocre ex-secretario general de la ONU, un antiguo militante del IRA y otros cuantos supuestos especialistas en pacificaciones y treguas han agradecido una bonita estancia pagada en el País Vasco y algún cheque generoso firmando lo primero que les han puesto por delante sus anfitriones, hubiera acabado con un llamamiento a la negociación al gobierno español, la cosa se hubiese puesto bastante fea.

Pero no, una vez más el radicalismo les ha perdido. Al pedir negociaciones con España y Francia, el asunto, por muchos esfuerzos que hagan, pasa directamente a las antologías del disparate. Un país serio como Francia se prestará al diálogo político con unos terroristas cuando las ranas críen pelo. Y si es para reconocer la autodeterminación de una parte de su territorio, habrá que esperar que acuda el mismísimo inspector Clouseau.

sábado, 1 de octubre de 2011

Sucedió en una iglesia

El suceso que ocurrió en Madrid hace pocos días, cuando un hombre entró en una iglesia y mató a una señora embarazada que no conocía de nada, da para muchas reflexiones.

La primera es sobre que cualquier cosa puede pasar, en cualquier momento y en cualquier lugar. La decisión más trivial y aparentemente más inocente y segura puede resultar para cualquiera de nosotros en una tragedia. Así de frágiles somos.

La segunda es sobre el misterio de la maldad humana, de ese monstruo que debe anidar en el fondo de casi todos nosotros, quizás de todos, y que la mayoría tenemos a muy bien recaudo pero no sabemos si algún día se podrá escapar si cambian nuestras circunstancias. Llevado por mi mente calenturienta, la escenografía tan impresionante de este caso se me antojó típica del comienzo de una película sobre posesiones satánicas (más que el desenlace, no se porqué).

La tercera es sobre las múltiples formas que puede tener lo que hoy en día resulta políticamente correcto llamar maltrato doméstico. Al parecer el asesino estaba alejado judicialmente de su mujer, también embarazada. En este sentido y mezclando la correción política con la igualmente absurda jerga empresarial de nuestros días, podríamos decir que se trata de un caso de maltrato doméstico externalizado.

Y la cuarta es la falta de rigor periodística. En lugar de ser un indigente sin techo como se afirmó en un primer momento, el asesino resultó al final que vivía en un piso de medio millón de euros. Vaya error.

Pero la mayor sensación que deja el caso es de pena por la víctima y su familia, se consiga por fin sacar al bebé a flote sano y salvo o no. Nada produce más compasión que un desastre que llega justo cuando se espera con ilusión una gran alegría. Si fuese creyente, diría que esto ha sido obra del mismo Satán (para remate ocurrió en una ceremonia en honor al arcángel San Miguel, su archienemigo que le arrojó al infierno). Pero, en realidad, es más fácil de explicar volviendo a lo que expresé al principio del comentario. Si algo puede suceder, bueno o malo, dale tiempo suficiente y es seguro que ocurrirá (es lo que los físicos conocen como el principio de ergodicidad).