martes, 13 de agosto de 2013

Gibraltar español o inglés, los políticos y el verano


Hace mucho tiempo que no escribía una entrada. La verdad es que estoy algo vago, la temporada deportiva no está dando para mucho, sobre la triste política es mejor no hablar y sobre la economía, lo mejor que puedo decir es que no sé cómo funciona (ni creo que lo sepa nadie).

Pero estos días está en portada uno de los temas sobre los que siempre he tenido una actitud más provocativa y, como al fin y al cabo, esa pretendía ser la línea de este poco constante blog, pues vamos a por ello.

Se trata de Gibraltar. Anticipo que mi opinión sobre fronteras con más de cincuenta años de antigüedad (o incluso más jóvenes) es que no hay que tocarlas. La historia es algo suficientemente turbio para no removerlo y lo mejor que puede hacer la gente con su vida es aprovecharla con lo que tiene, no pretender enmendar las supuestas o verdaderas afrentas sufridas por pasadas generaciones. Eso me vale para Gibraltar, Ceuta, Melilla, Cataluña, Palestina, Cachemira, las islas Falkland o la misma Antártica (el único territorio en el que la humanidad ha demostrado un poco de racionalidad por ahora en su aprovechamiento).

Creo que con eso quedo bien clara mi posición respecto a los nacionalismos. La nación a la que uno pertenece es la que dice su pasaporte o documento de identidad. No me gusta mencionar canciones vetustas de los setenta pero me acuerdo de aquella letra de Serrat “mi patria y mi guitarra las llevo aquí, una es fuerte y es fiel, la otra un papel”.  Aunque no soy guitarrero, subscribo la parte de la patria. Pues eso, soy español y realmente aprecio el haber nacido en una región relativamente  próspera y educada del mundo,  pero ni me enorgullezco de ello (no hice nada para merecerlo) ni, puesto a elegir algo parecido, me parece útil cambiar de etiqueta, prefiero quedarme como estoy.

Añado a esto que tengo una natural simpatía por todo lo anglosajón y británico en particular. Pero hay algo de los británicos que me revienta y es que, pese a al escepticismo general que suelen mostrar sobre todo, una parte de ellos están convencidos que son lo único que merece la pena de ser de este mundo (esto es, están inmersos en la penosa charca del nacionalismo). Ayer mismo estuve  leyendo comentarios de lectores de la prensa británica llenos de prejuicios increíbles sobre los españoles, prejuicios de los que, en eso sí, me siento orgulloso que no se den aquí respecto a ellos, al menos con tanta intensidad. Uno de ellos que pretendía ser objetivo decía algo así como “hay que tener en cuenta que España es un país europeo medio decente…”. La pregunta sería cuál sería su paradigma de país completamente decente (¿Francia, Alemania?, lo dudo). La respuesta es demasiado evidente, ellos mismos o como mucho algún país pequeñito del norte que no les moleste mucho.

Después de esta larga introducción, pasemos a Gibraltar. Mi opinión es que Gibraltar está bien como está, es un caso curioso en Europa como otros tantos (España tiene un minúsculo  enclave en el sur de Francia llamado Llivia, pro no volver a hablar de nuestras africanas Ceuta y Melilla y en la misma península también tenemos el miniestado de Andorra).  Existe un antiquísimo tratado de Utrech que, desde su respeto absoluto porque es la ley, deberían tratar de mejorar entre España, el Reino Unido y la población interesada. Está claro que Gibraltar es además un paraíso fiscal, sede off-shore de muchas empresas y capital europea del juego online. Y que, en parte alimentado por la falta recursos de la región circundante, es un foco de contrabando y tráfico de drogas.

Además está el asunto de los pescadores, asunto de muy escasa relevancia, pero que ha supuesto un cambio de status caprichoso por parte de las autoridades gibraltareñas (no te dejo pescar en el lugar donde lo has hecho toda la vida y que, además, según el tratado de Utrech, no está nada claro que sea nuestro territorio). E igualmente está la actuación bastante friqui de nuestro Ministro de Asuntos Exteriores (ya me mosqueó el estentóreo “Gibraltar español” que le soltó a un diplomático inglés nada más ocupar el puesto). Este señor parece sacado de épocas pasadas y su peregrino  proyecto de aliarse con Argentina en la ONU nos debería poner a todos los pelos de punta, porque puede tener penosas consecuencias en nuestra reputación internacional. Es evidente que hay un cierto deseo del gobierno de tener un conflicto con el que tener distraída a la opinión del caso Bárcenas que lleva camino de merendarse a Rajoy (y quizás a todo el PP si no hay una reacción a tiempo). Y que por ello le han dado carta en blanco al elemento éste.

Dicho esto, España tiene perfecto derecho a hacer los controles que considere pertinentes dentro de las normas de la Unión Europea. El gobierno británico hace declaraciones propias de la época victoriana, del “we are not amused”  de entonces hemos pasado a “we are seriously concerned” para dar luego publicidad a unos movimientos de buques que estaban previstos desde hace meses. Ahora hablan de “medidas legales sin precedentes”. ¿Qué represalias quieren tomar? ¿Extender los controles de la frontera de Gibraltar a todos los aeropuertos británicos (la mayoría propiedad u operados por compañías españolas, por cierto)?  ¿Y por tanto, por represalia cantada, a todos los millones de británicos que visitan o residen en España?. Realmente la necedad de los políticos no conoce fronteras.

Dos factores en los que deberían meditar los euroescépticos si fuesen capaces de dejar a un lado sus pomposas pretensiones de superioridad. Los controles existen porque el Reino Unido no quiere pertenecer al espacio europeo común Schengen, sino serían imposibles. Y el Reino Unido puede quizás alegar que son excesivos sólo por producirse entre dos miembros de la Unión Europea, no creo que se vayan a quejar de que Corea del Norte tenga controles excesivos en sus fronteras. Por cierto, el país con el que el primer ministro de Gibraltar nos compara. Otro político absurdo a tener muy en cuenta en esta historia, si es que no es el máximo responsable.


En definitiva, nos encontarmos con una de esas historias de verano tan inverosímiles. Estoy veraneando a escasos doscientos kilómetros del “conflicto” en una playa pacíficamente compartida por una gran mayoría de británicos y españoles que no creo que piensen en otra cosa que en  aprovechar su ocio. Confiemos, no se me ocurre otra posibilidad o más bien no quiero ni pensar en ella, que esta sea la verdadera cara de la historia y no la que nos pretenden mostrar unos políticos que pretenden ocultar su incompetencia a base de grandes dosis de populismo irresponsable. Conmigo que no cuenten, desde luego.