martes, 18 de septiembre de 2012

Santiago Carrillo

Dediqué una entrada en la despedida de Fraga y me perece que debo hacer los mismo con Carrillo, que es algo así como su polo opuesto.

Para mí, Carrillo ha tenido una etapa relevante políticamente en la que demostró ser un líder del Partido Comunista con bastante cintura, primero en el exilio de París donde se desmarcó convenientemente de la muy casposa pero también apabullante influencia de Moscú. También la tuvo en dialogar con los partidos democráticos que igualmente estaban en la oposición clasdestina e incluso con la facción reformista del régimen de Franco. Pero su principal aportación fue sin duda la labor de entendimiento razonable durante la transición. Hay que tener en cuenta para analizar su papel el enorme peso que tenía entonces el PCE. Si hubiese adoptado una postura intransigente es seguro que la transición política habría sido un fracaso. Debido precisamente a esta moderación que le debemos agradecer estuvo condenado a convertirse algo después en un personaje marginal de la política española.

Es evidente que no se puede obviar la semblanza de Carrillo sin una referencia a los crímenes de Paracuellos durante la Guerra Civil. Principalmente por su propia descripción de lo que hubo, que de alguna manera indica que tuvo cierta resposabilidad en los hechos.

Es por ello muy sorprendente que, ya metido en los noventa, apareciese en escena con motivo de la revisión de los crímenes de la Guerra Civil, tan manoseada en los tiempos de Zapatero. El único presunto criminal de guerra de la Guerra Civil aún vivo instigando precisamente a la revisión de esos crímenes (por supuesto, los del bando opuesto). Una patética imagen que para muchos nos enturbió la imagen del que estábamos dispuestos a recordar principalmente, la de habernos salvado de una nueva gran ruptura entre hermanos.

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