martes, 26 de enero de 2010

Nadal

El domingo será el primer día desde hace cerca de cinco años que Rafael Nadal no ostenta ningún título de Grand Slam. A mí Nadal me produce sensaciones contradictorias. Por una parte, probablemente por ese rescoldo patriotero que todos llevamos dentro, no sólo es el tenista que más me gusta que gane, sino el que ha hecho que siga ese deporte más de cerca que nunca, aunque siempre lo tuve bastante presente. Por otra debo confesar que no me gusta ni su estética personal, ni su manera de expresarse, ni, sobre todo, su juego, lejos de la elegante simplicidad del mago Federer, de la sobriedad anglosajona de los jugadores de "saque y volea" o del cúmulo de cualidades técnicas que atesoran los principitos del momento Djokovic, del Potro o Murray. Su saque es débil y a veces inocente, sus subidas a al red y sus voleas son poco contundentes, y sólo gana partidos extraordinariamente largos y a ratos aburridos. En eso se nota la influencia de la famosa escuela de tenis de Barcelona, que produjo gente como Albert Costa capaces de decir que "la hierba es para las ovejas". Pero es extraordinario como sólo con su portentoso revés y su extraordinario poderío físico y mental ha llegado a lo más grande en una época de grandes jugadores. Me gustaría ser optimista y pensar que va a volver a ser el que era al menos en tierra, pero este nuevo contratiempo de hoy en Australia (se ha retirado con problemas una vez más en su rodilla después de ir perdiendo dos sets ante Murray) me hace dudar mucho. Por otra parte, su posible declive haría justicia a otros jugadores españoles como Vesdasco, Robredo, Ferrer que están siempre ahí intentándolo, sin mucha repercusión en los medios. Caso particular es el de Almagro que siempre pasa varias rondas incluso en los Grand Slams y para la prensa deportiva ni existe.

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