sábado, 1 de octubre de 2011

Sucedió en una iglesia

El suceso que ocurrió en Madrid hace pocos días, cuando un hombre entró en una iglesia y mató a una señora embarazada que no conocía de nada, da para muchas reflexiones.

La primera es sobre que cualquier cosa puede pasar, en cualquier momento y en cualquier lugar. La decisión más trivial y aparentemente más inocente y segura puede resultar para cualquiera de nosotros en una tragedia. Así de frágiles somos.

La segunda es sobre el misterio de la maldad humana, de ese monstruo que debe anidar en el fondo de casi todos nosotros, quizás de todos, y que la mayoría tenemos a muy bien recaudo pero no sabemos si algún día se podrá escapar si cambian nuestras circunstancias. Llevado por mi mente calenturienta, la escenografía tan impresionante de este caso se me antojó típica del comienzo de una película sobre posesiones satánicas (más que el desenlace, no se porqué).

La tercera es sobre las múltiples formas que puede tener lo que hoy en día resulta políticamente correcto llamar maltrato doméstico. Al parecer el asesino estaba alejado judicialmente de su mujer, también embarazada. En este sentido y mezclando la correción política con la igualmente absurda jerga empresarial de nuestros días, podríamos decir que se trata de un caso de maltrato doméstico externalizado.

Y la cuarta es la falta de rigor periodística. En lugar de ser un indigente sin techo como se afirmó en un primer momento, el asesino resultó al final que vivía en un piso de medio millón de euros. Vaya error.

Pero la mayor sensación que deja el caso es de pena por la víctima y su familia, se consiga por fin sacar al bebé a flote sano y salvo o no. Nada produce más compasión que un desastre que llega justo cuando se espera con ilusión una gran alegría. Si fuese creyente, diría que esto ha sido obra del mismo Satán (para remate ocurrió en una ceremonia en honor al arcángel San Miguel, su archienemigo que le arrojó al infierno). Pero, en realidad, es más fácil de explicar volviendo a lo que expresé al principio del comentario. Si algo puede suceder, bueno o malo, dale tiempo suficiente y es seguro que ocurrirá (es lo que los físicos conocen como el principio de ergodicidad).

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