martes, 20 de diciembre de 2011

Casi ocho años con ZP

Ese es el tiempo que ha pasado desde aquel infausto 11 de marzo de 2004 en el que alguien nos cambió la historia (a algunos, además, les cambió la vida o se la quitó) y nos mandó por un camino que no estaba previsto. Hasta el día de hoy en el que volvemos al guión previsto entonces, aunque en muchas peores condiciones. En todo este largo periodo, este país ha estado sometido al "test de stress" más difícil que probablemente cabía imaginar. Si lo hemos superado o estamos rotos, sólo el tiempo lo dirá.

La primera vez que ví a Rodríguez Zapatero me pareció un soplo de aire fresco en un PSOE muy casposo, alguien a quien se podía quizás votar como alternativa a un PP, eficiente pero con unos dirigentes muy tensos y algo histéricos. Después de sus actuaciones demagógicas en el caso del Prestige y encabezando las manifestaciones antiguerra de Irak, aún me quedaba un mínimo de confianza en el personaje aunque no la suficiente para votarle. Pensé entonces, sin embargo, que quizás su elección por era una muestra de sabiduría popular que no era yo quién para juzgar y que de entrada había que aceptar, esperando que fuese lo mejor para todos.

No lo fue, justo el día después de su toma de posesión ví como incumplía su promesa de una retirada ordenada de Irak, que fue substituida por una absurda puesta en escena solemne con su antiguo enemigo de partido Bono en el patético papel de palmero y actor secundario como Ministro de Defensa. Buenos réditos electores (que pena que las elecciones hubiesen ya pasado) pero muy malo para la credibilidad y los intereses del país.

Pronto llegaron cosas peores, la ruptura del tradicional consenso entre los dos partidos mayoritarios sobre los temas identitarios y autonómicos, para el que ya estaba puesta la semilla en aquella declaración preelectoral de que aceptaría lo que le llegase del Parlamento de Cataluña. Después, su insistencia en ir resucitando a un estatuto de autonomía demencial que iba cayendo muerto en cada paso, hasta obligar al PP a denunciarlo ante el Tribunal Constitucional, con el consiguiente desgaste del partido de la oposición. Y la utilización política de la supuesta "paz" con ETA, también madurada previamente desde antes de alcanzar el poder, y que le estalló en la mano de forma tan triste como ridícula el día del famoso "accidente".

Mientras tanto la economía se sostenía gracias al sentido común de Solbes, el clavito que sostenía el cuadro, pero empezaba a dar que hablar. Así llegaron las siguientes elecciones, en las que ya no volví a pensar que el pueblo era sabio; esta vez pensé que teníamos por delante otros cuatro años de pesadilla. Pero las cosas cambiaron, los errores políticos dejaron paso a la preocupación por la economía. Y finalmente se atrevió, echó a Solbes y se dispuso a hacer las cosas "a su manera". Resultado: un déficit de más del 10% y las llamadas sucesivas de Merkel, Obama y hasta el presidente chino en un crucial día de mayo.

Ahí llegó el fin. Curiosamente cuando decidió actuar con la responsabilidad con que debía hacerlo le abandonaron la popularidad y la suerte. Hasta que comenzó su lenta, casi eterna, despedida el pasado mes de abril. El día que se va es inevitable estar preocupados por el futuro del país. Como lo demás es olvidable, intentaré recordarle por la ley antitabaco y por la espectacular disminución de los accidentes de carretera.

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